18 de juliol 2010

PRÁCTICAS MÉDICAS EN LA BAJA EDAD MEDIA

Varios manuscritos médicos de la Inglaterra anglosajona, escritos en inglés antiguo, han logrado sobrevivir. Aunque la mayor parte de los textos médicos datan de los siglos X al siglo XII, los académicos piensan que incluyen copias de trabajos anteriores, así como influencias más antiguas. Como lo ilustran las siguientes selecciones, tomadas de tres de estos tratados, las hierbas constituían los materiales básicos de los médicos anglosajones (o curanderos, como aquí los nombran) y, en consecuencia, sus tratamientos se reducían casi por completo a remedios botánicos.

El herbario anglosajón:
Berro (Nasturtíum)

1. En caso de que se le caiga el cabello a un hombre, exprime el jugo de la hierba llamada nasturtium, conocida como berro, colócalo en la nariz y el cabello crecerá.

2. Este berro no se cultiva, sino que crece espontáneamente en los manantiales y en los arroyuelos; también se ha constatado que en algunos lugares brota en las paredes.

3. Para una cabeza ulcerada, debido a la caspa o a la comezón, toma las semillas de esta misma planta, junto con grasa de ganso, tritúralas juntas y quitarás lo blanquecino de la caspa.

Para el dolor de cuerpo [la indigestión], toma esta misma planta, junto con la menta de campo, disuélvelas en agua y bebe la poción; el dolor de cuerpo y el mal se irán.

El curandero de Bald:

He aquí bálsamos para todas las heridas, y brebajes y purgas de todo tipo, externas o internas. Muele y mezcla llantén con manteca rancia, la fresca no sirve. Otro remedio para heridas: toma una semilla de llantén, aplástala, úntala en la herida y pronto estará mejor.

Para quemaduras, si un hombre se quemó sólo con fuego, toma azucena, flor de lis y tilo de arroyuelo; fríelos en mantequilla y úntalos de inmediato. Si se quemó con un líquido, toma la corteza del olmo y raíces de azucena, hiérbelas en leche, úntasela rápidamente tres veces al día. Para las quemaduras de sol, fríe en mantequilla varitas tiernas de hiedra y úntasela de inmediato.

El peri-didaxeon:

• Para una fractura de cabeza
Para una fractura o herida en la cabeza provocada por los humores de la cabeza, consigue betónica, tritúrala y ponla en la herida, con eso se aliviarán todos los dolores.

• Para dormir
Esto se debe hacer para el hombre que no pueda dormir; consigue ajenjo y disuélvelo con vino o agua tibia, deja que el hombre lo beba y pronto se sentirá mejor consigo mismo.

• Para manos ásperas
Esta artimaña de hechicero es buena para las manos ásperas y los dedos ásperos, conocidos como callos de niños. Toma olíbano blanco y pavesas de plata y mézclalos, luego agrégale aceite a esta mezcla, después calienta sus manos y úntalas con la mezcla que se ha hecho. Envuélvele las manos con una pieza de lino.


LA SALUD:
La práctica médica en la época carolingia hacía hincapié en la utilización de medicina herbolaria (véase el recuadro anterior) y la sangría. Aunque esta última práctica se hacía con regularidad, se recomendaba con frecuencia la moderación. Otros aconsejaban también la cautela: “Quienes se atrevan a llevar a cabo una sangría deberán asegurarse de que su mano no tiemble".

También se disponía de médicos cuando las personas padecían graves enfermedades. Muchos eran clérigos, y los monasterios instruían a los suyos propios. Las bibliotecas monásticas conservaban manuscritos médicos, copias de obras antiguas; asimismo, cultivaban hierbas para disponer de una reserva de plantas medicinales.

Los manuscritos médicos carolingios sí contenían descripciones científicas de enfermedades, recetas para pociones médicas e, incluso, consejos ginecológicos, a pesar de que los monjes no hacían grandes esfuerzos para satisfacer las necesidades médicas de las mujeres. Además, algunos manuales incluían instrucciones para realizar operaciones, sobre todo a los soldados heridos en batalla. Algunas fuentes demostraban con claridad que había técnicas precisas para amputar miembros gangrenosos:

Si debes amputar un miembro enfermo de un cuerpo sano, entonces no cortes en el limite de la carne sana, sino más allá, donde esté fresca toda la carne, de modo que se pueda hacer una mejor y más rápida curación. Cuando le apliques fuego al hombre [es decir, cauterices] toma hojas de puerro tierno y sal cernida, y cubre los lugares de manera que el calor del fuego se quite rápidamente.

Aunque los académicos no están seguros de la clase de anestesia que se usaba en tales operaciones, los manuales medievales recomendaban amapola, mandrágora y beleño, dadas sus propiedades narcóticas.

Los médicos de la Edad Media complementaban estas medicinas y las prácticas naturales con invocaciones de ayuda del otro mundo. Las influencias y los ritos mágicos se heredaron de los tiempos paganos; las tribus germánicas habían usado la medicina mágica por siglos. Los médicos recomendaban a sus pacientes que se pusieran amuletos y dijes en el cuerpo, con el fin de ahuyentar las enfermedades:

Busca un poco de excremento de lobo, preferiblemente del que contenga pequeñas astillas de huesos, e introdúcelo en un tubo para que el paciente pueda usarlo con facilidad como amuleto.

Para la epilepsia, toma un clavo de una nave náufraga, haz con él un brazalete e incrústale un trozo del corazón de un venado, extraído de su cuerpo cuando el animal estaba todavía vivo; póntelo en el brazo izquierdo; te asombrarás del resultado.

Pero, conforme los paganos se convertían al cristianismo, pronto las curaciones milagrosas mediante la intervención de Dios, Cristo o los santos reemplazaron las prácticas paganas. Las crónicas medievales son abundantes en narraciones de gente que se sanó al tocar el cuerpo de un santo. Sin embargo, el recurso a plegarias cristianas escritas y utilizadas como amuletos, nos recuerda que ambas prácticas médicas, paganas y cristianas, sobrevivieron por siglos una al lado de la otra.

La Medicina:

El diagnóstico se basaba sobre todo en la inspección de la orina, que según con los numerosos tratados y sistemas de uroscopia en existencia se interpretaba según las capas de sedimento que se distinguían en el recipiente, ya que cada una correspondía a una zona específica del cuerpo; también la inspección de la sangre y la del esputo eran importantes para reconocer la enfermedad. La toma del pulso había caído en desuso, o por lo menos ya no se practicaba con la acuciosidad con que lo recomendaba Galeno. El tratamiento se basaba en el principio de contraria contrariis y se reducía a cuatro medidas generales:

1) Sangría, realizada con la idea de eliminar el humor excesivo responsable de la discrasia o desequilibrio (plétora) o bien para derivarlo de un órgano a otro, según se practicara del mismo lado anatómico donde se localizaba la enfermedad o del lado opuesto, respectivamente.

2) Dieta, para evitar que a partir de los alimentos se siguiera produciendo el humor responsable de la discrasia. Desde los tiempos hipocráticos la dieta era uno de los medios terapéuticos principales, basada en dos principios: restricción alimentaria, frecuentemente absoluta, aun en casos en los que conducía rápidamente a desnutrición y a caquexia, y direcciones precisas y voluminosas para la preparación de los alimentos y bebidas permitidos, que al final eran tisanas, caldos, huevos y leche.

3) Purga, para facilitar la eliminación del exceso del humor causante de la enfermedad. Quizá ésta sea la medida terapéutica médica y popular más antigua de todas: identificada como eficiente desde el siglo XI a.C. en Egipto, todavía tenía vigencia a mediados del siglo XX. A veces los purgantes eran sustituidos por enemas.

4) Drogas de muy distintos tipos, obtenidas la mayoría de las diversas plantas, a las que se les atribuían distintas propiedades, muchas veces en forma correcta: digestivas, laxantes, diuréticas, diaforéticas, analgésicas, etc.

Al mismo tiempo que estas medidas terapéuticas también se usaban otras basadas en poderes sobrenaturales. Los exorcismos eran importantes en el manejo de trastornos mentales, epilepsia o impotencia; en estos casos el sacerdote sustituía al médico. La creencia en los poderes curativos de las reliquias era generalizada, y entonces como ahora se rezaba a santos especiales para el alivio de padecimientos específicos.

Los médicos no practicaban la cirugía, que estaba en manos de los cirujanos y de los barberos. Los cirujanos no asistían a las universidades, no hablaban latín y eran considerados gente poco educada y de clase inferior. Muchos eran itinerantes, que iban de una ciudad a otra operando hernias, cálculos vesicales o cataratas, lo que requería experiencia y habilidad quirúrgica, o bien curando heridas superficiales, abriendo abscesos y tratando fracturas. Sus principales competidores eran los barberos, que además de cortar el cabello vendían ungüentos, sacaban dientes, aplicaban ventosas, ponían enemas y hacían flebotomías.